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Apartamento Seis

 

“Estás invitado al apartamento 6”

Nada más, sólo esas palabras, una frase que no tenía sentido. El edificio donde vivía era de cuatro pisos, un apartamento en la base, dos en los siguientes, con un total de siete.

 

Yo vivía en el apartamento siete, pequeño pero cómodo, con todas las necesidades básicas; y enfrente de mí estaba el apartamento ocho. Éramos los últimos del edificio; extraño, lo sé, más porque no existía el apartamento seis.

 

Ignoré la invitación y regresé a mi apartamento; algún bromista, un vecino quizá, debió dejarla en la puerta. No iba a prestarle atención, tenía mucho trabajo y nada de tiempo; además, hacía frío en el pasillo.

 

Pasaron las horas mientras trabajaba en el escritorio, y la imagen de la invitación no desaparecía de mi cabeza. No creía en los mitos del apartamento seis, y apoyaba el punto de la superstición del dueño, pero por alguna razón, toda mi atención se veía atraída hacia la invitación.

 

Abrí la puerta otra vez, y ahí estaba, la invitación al apartamento seis; sentía a las letras gritarme el número, mientras el mundo desaparecía alrededor del papel. Sentía frío, y un hormigueo subía por mi espalda; fue justo en ese instante que me percaté, mi mano, sin que yo lo pidiera, se acercaba a tomar la invitación.

 

No. Regresé mi mano a la fuerza, y volví a cerrar la puerta para ignorarla. El frío en el pasillo se había vuelto insufrible, y el temblor se confundía entre la temperatura y el terror.

 

Sin embargo, esa sería la última de mis preocupaciones al día siguiente.

 

El olor, una pestilencia a putridez y muerte me despertó; me levanté al instante para descubrir el origen de la peste, pero por más que busqué jamás logré encontrarlo. Destrocé la cocina, volteé las habitaciones, incluso rompí la taza del baño en mi desesperación; pero nada, como si el mismo aire se pudriera a mi alrededor.

 

Seguí buscando, pero me detuve al instante de verla; en la ventana se encontraba, adherida, como si me observara, la misma invitación al apartamento seis.

 

No lo soporté. Me encerré en el cuarto, escapando tanto del papel como de la peste, y el frío que comenzaba a entrar por la puerta. No lo entendía, y en medio del terror el sobresalto, cuando llamaron a mi puerta con fuertes golpes.

 

Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis; pausados y fuertes, como si trataran de derribar la puerta. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis; aumentando de velocidad y fuerza. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis; sentía que la puerta caería en cualquier momento. UNO, DOS, TRES, CUATRO, CINCO, SEIS.

 

–¡Ya basta! – grité con todas mis fuerzas, y el sonido se detuvo.

 

El olor se desvaneció, el frío desapareció, y con una renovada fuerza por el grito y el silencio, me dirigí a la puerta. Lento y temblando, tomé el picaporte y quité el seguro; abrí despacio y atento, esperando encontrar al monstruo que me atormentaba. Quería llevarme al apartamento seis, pero no, aquello era imposible, el apartamento no existía, y aunque así fuera, esa maldita invitación podía tragarse sus palabras, pues nunca me obligaría a entrar.

 

Entonces lo noté. La peste, inundaba toda la sala como una muerte anunciada; el frío, cubriendo todo el aire hasta mis pulmones. Las paredes con la pintura descamada y el piso humedecido, las ventanas cubiertas con ladrillos y los muebles destrozados por el tiempo. Una luz roja parpadeaba, etérea, sin origen aparente, dándome la bienvenida.

 

Mis ojos bajaron al piso, y entre mis pies congelados, ahí se encontraba la invitación. Fue entonces que me di cuenta de mi error.

 

Debajo de mi apartamento se encontraba el número cuatro, después seguía el número cinco, y en el siguiente piso, el mío, seguía el apartamento siete.

Justo donde debía encontrarse el apartamento seis.

 

“Bienvenido al apartamento 6”

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