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Entre Líneas

 

¿Has sentido, has encontrado, en medio de ese punto espectral entre el sueño y el despertar, cuando los tiempos son eternos y las distancias inmensurables, el rastro de otros mundos, más allá de esta triste ilusión que llamamos realidad?, aquellos residuos de pestañeo, que viajan frente a nosotros hasta desaparecer, a modo de ventanas danzantes que se cierran para dar paso a la vida diaria.

Sé que lo has sentido, sé que lo has observado, todos somos conscientes de la danza entre persianas, pero ignoramos, y preferimos permanecer callados ante lo inusual, lo desconocido. Ahora imagina, que las ventanas jamás cerraran. Imagina por un instante vivir con la visión de inconsistencias, asomándose por el rabillo del ojo, en cada rincón, en cada entorno, en cada calle y habitación.

“Líneas”, les llamaba; extensas rectas que se extendían desde el piso, siempre paralelas entre ellas, siempre erectas como pilares sosteniendo al cielo. Al principio las veía al azar, sin prestar atención, pero sabía que estaban ahí; miraba al frente y danzaban a mi lado, miraba al lado y danzaban enfrente, siempre esquivando mi atención. Pensaba que era divertido, como jugar a las escondidas o quemados con los amigos, pero más que lo intentaba, jamás podía atraparlas… hasta ese día.

Cómo me arrepiento de ese día, de saltar de la ignorancia al conocer. Jugaba con las líneas con la inocencia de la juventud, cuando por accidente descubrí que no danzaban al azar, sino que eran guiadas, seguían los pasos de mis ojos, y después de mi consciencia. A partir de ahí comencé a practicar, por semanas, por meses, a veces para hacer que colapsaran entre sí, otras para contemplarlas frente a mí, enfocarlas y estudiarlas. Lo conseguí.

Eran delgadas, tan finas como un cabello, quizá más; no podía dilucidar lo que había en su interior, solo notaba patrones de colores, cambiantes, que viajaban por todo el espectro a lo largo de la recta. Eran arcoíris delgados, o ahora sé, ventanas hacia mundos diferentes.

Decidí conocerlas, y así comenzó mi odisea por años. El mundo no sabía, preferí callar y estudiar en secreto, pues quería ser yo quien conociera las líneas, las que por un momento creí mis amigas.

De haber prestado atención, quizá hubiera notado lo que pasaba a mi alrededor; ahora me doy cuenta de lo ciego que fui, de cómo al centrarme en sus colores, fui perdiendo percepción de lo demás. A veces creía que los objetos crecían de tamaño, otras que simplemente desaparecían; por momentos seguía alguna pared con la mirada, solo para terminar abruptamente, como si la hubieran cortado, o como si nunca hubiera estado ahí. No le di importancia, pensaba que estaba exhausto, todo por el interés cerrado sobre mis hermosas líneas.

Pero un día, como si un golpe me hubiera regresado a la realidad, comprendí lo que sucedía. Siguiendo una línea por la calle, por accidente o intención, atravesó el rostro de una mujer como si fuera una cuchilla, cruzando justo entre sus ojos, partiéndola en un eje perfecto. La mujer de nada se percató, ya sabía que las líneas no interactuaban con el mundo físico, o al menos eso pensaba. Regresé a mis ocupaciones, y al cruzar por la misma calle un poco después, me topé con la mujer que había sido víctima insospechada del azaroso viaje de la línea. Cuál fue mi sorpresa, mi horror, al contemplar su cuerpo perfectamente rebanado, en dos mitades exactas, apenas separándose por escasos centímetros. Ambas partes caminaban como si nada sucediera, al unísono como si aún permanecieran unidas, pero con una separación que, conforme avanzaban, se hacía cada vez más perceptible.

Regresé a mi hogar aterrado, tratando de encontrar explicación entre los apuntes de mi investigación, de años y años de preparación. Elaboré teorías, hice experimentos arriesgados, pero nada encontré. Al día siguiente, para desgracia de mi mente, encontraría la respuesta.

Al salir de la casa, la imagen que me atormentaría el día anterior sería repetida una y otra vez. Ahora las personas avanzaban con los cuerpos desmembrados, las cabezas con finos cortes sagitales, y las partes danzando a su alrededor como si aún estuvieran enlazadas. Era como si el rompecabezas del cuerpo humano se hubiera desarmado, y las partes aún continuaran unidas a pesar de la distancia.

Sin embargo, para ellos todo era natural; caminaban, hablaban, sonreían, todo era normal en su vida. Un hombre se me acercó para pedir la hora; trataba de mantener la calma, pero no podía, no era capaz de controlarme al observar su rostro rebanado, dejando ver con claridad el interior de su cráneo, las fosas, el movimiento de la lengua mientras hablaba. Salí corriendo de regreso a mi hogar, y me encerré tratando de olvidar el horror del cual fui testigo.

Devolví el desayuno sobre la alfombra, me arrastré por los espasmos y traté de recostarme sobre la mesa que era lo que tenía más cerca; no fue hasta después de varias horas que pude recuperarme del espanto. Sabía que algo tenían que ver mis Líneas, algo habían desatado, o yo lo había hecho. Me senté a la mitad de la sala, y observando las líneas las ordené con el solo poder de mi consciencia; traté de unirlas, pero no me fue posible, traté de atravesarlas, pero se alejaban de mí; de alguna manera me encontré con el límite del control.

Entonces traté algo muy distinto, que no había intentado antes, ni siquiera imaginado. Decidí expandir las Líneas. Me enfoqué en una sola, y como si mis ojos y mente fueran dos pinzas, extendí los límites verticales, tratando de dilucidar lo que había tras los colores.

Pero lo que sucedería aún no termino de comprenderlo. En cuanto mi visión trató de dilucidar el fondo, los colores cambiaron sus patrones, dejando los tonos claros en el centro y los oscuros en los extremos, y por un instante sentí como si fueron los colores quienes me contemplaran. Entonces un fuerte golpe desde el interior me arrojó contra un extremo de la sala, y como si mi temor se materializara, los colores comenzaron a fundirse en un órgano visual que me enfocaba con la sola contracción de su contorno. Al igual como yo había sido consciente de las Líneas, ellas ahora eran conscientes de mí, o lo que sea que estuviera detrás de ellas. De pronto todas las demás se colocaron paralelas unas junto a otras, y comenzaron a expandirse al mismo grosor de la primera.

El golpe me había lanzado contra la pared, pero desde ahí era capaz de contemplar la terrible imagen. Como una persiana, todos los grosores convergieron en una sola figura, dejándome ver por vez primera la ventana completa. Detrás de ella, los colores danzaban en formas fractales, siempre simétricos a un punto, el cual parecía ser alguna especie de ojo desnudo, que se enfocaba en mi propio rostro.

No tenía límites, y se delimitaba a sí mismo. Los colores daban lugar a una forma cristalina, una infinidad de fragmentos que se movían en armonía respecto a su centro, en decenas de ejes simétricos, siendo cada uno copia del anterior. Era un espejo roto, pero con las fracturas más perfectas que había contemplado en mi vida, todas danzando como si tuvieran consciencia… tenían consciencia.

Lo que debía ser una imagen hermosa, se transformó en una pesadilla. La fuerza que originalmente me había empujado hasta el otro extremo de la habitación, ahora me succionaba como un hambriento vacío. Podía sentir sus brazos invisibles entrelazados dentro y fuera de mi cuerpo, mientras arrastraba toda mi atención hacia su centro. Traté de escapar, traté de gritar, de luchar contra su fuerza, pero nada podía hacer ya; era consciente de mi presencia, y ahora quería tomarme, arrancarme de la realidad.

Mi pierna derecha fue lo primero en entrar. De inmediato sentí la más hórrida sensación posible de dolor, más allá de este mundo, como si mi pierna atravesara una licuadora, para después ser deshilada, célula por célula, molécula por molécula; y de alguna manera aún podía sentirlo. La imagen de las personas fragmentadas regresó a mí, y recordé sus piezas separadas pero enlazadas. Mi pierna se estaba fragmentando, pero podía sentir cada pequeña parte aún al lado de la otra.

Era como arrancarse la carne, y dejarla tendida del ligamento que lo une al resto del cuerpo.

Estaba siendo consumido, arrojado a miles de dimensiones diferentes a través de una sola ventana, succionado por una criatura que sabrá el terror qué imaginación la habrá ideado. Ahora que la contemplaba mejor, podía notar que no era una, o quizá solo eran copias de la misma, pero miles de nuevos ojos aparecían en torno al primero, siguiendo los ejes simétricos, los cristales fractales que danzaban en torno al ojo central.

Por dentro gritaba, tanto por el dolor como por el horror; pero muy dentro de mí sabía que algo debía hacer. Tomé un trozo de porcelana rota, resultado de la fuerza que me había arrojado antes, y traté de clavarlo en aquel ojo que no dejaba de contemplarme, pero en cuanto mi mano se acercó al borde entre ambos mundos, tanto la porcelana como un fragmento de mi dedo desaparecieron en una nube roja que se difuminó entre los colores.

Recuerdo la desesperación, el dolor y la frustración. No podía entender, aquel ojo no dejaba de arrastrarme a su dimensión. Observé una última vez, y recordando logré percatarme de mi propio poder. Yo era quien controlaba las líneas, o al menos quien las contempló al inicio, así como aquella criatura era capaz de contemplarme en ese momento. Tomé otro fragmento de plato roto, y anestesiado por el dolor de la pierna, decidí poner fin a la realidad que había observado a través de mis malditos ojos, arrancándome la visión, tanto de la realidad que había descubierto, como de la mía.

Mi pierna se liberó. Pude sentir cómo la sangre abandonaba mi cuerpo, tanto por la pierna cercenada, como por mi propio rostro. Las Líneas habían desaparecido, y se habían llevado a la criatura con ellas; hubiera muerto desangrado en mi sala, hubiera descansado tras vivir la pesadilla de ser arrastrado a otra realidad, pero no, por alguna razón se me permitió continuar.

Ahora estoy aquí, contando lo que muchos llaman delirios, encerrado en esta excusa de pabellón médico, más similar a una prisión que a una verdadera institución mental. Estoy cuerdo, estoy lúcido, pero me mantienen aquí por los horrores que me atreví a contarles… y quizá por los gritos en la noche.

Pero ustedes también gritarían así, si sintieran una parte de su cuerpo, miles en realidad, siendo dispersadas a lo largo de dimensiones abismales, eternidades, sin cortar el fino lazo que las mantiene unidas a su cuerpo.

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