top of page

El Pequeño Sueño

 

Érase una vez un pequeño sueño. Nadie lo conocía, nadie recordaba haberlo soñado; tal vez por eso era pequeño.

 

—No quiero, — sollozaba el pequeño sueño, sentado en la nada con la cara oculta entre los brazos —no quiero.

 

El pequeño sueño estaba solo. Pronto desaparecería en el vacío infinito, y su llanto sería olvidado junto con sus deseos de existir.

 

—No quiero, — seguía llorando el pequeño sueño — no quiero desaparecer.

 

El pobre lo había intentado todo. Ofreció bellos paisajes para enamorar a los artistas, entregó dulces elíxires y carnes para los comensales, regaló emociones tan más variadas a todos quienes lo veían; pero nadie se dignaba a mirar al pequeño sueño.

 

—¿Qué hago?,­— preguntó para sus adentros. —ya les di todo. ¿Por qué nadie quiere jugar conmigo?

 

El pequeño sueño era olvidado, y así mismo se desvanecía su mundo interior. Los gloriosos castillos ya no eran posibles, los bosques se marchitaron y los ríos se secaron, incluso la luz se desvanecía con sus lágrimas; pronto ya no tendría nada que ofrecer.

 

Lloró y lloró, pensó y pensó, y volvía a llorar; el pequeño sueño no podía ofrecer, no podía tentar, no podía pedir más. Entonces se percató de su error, y en un breve instante tan corto como el de un suspiro, su llanto se convirtió en dicha, y su sollozo en una sonrisa.

 

—Si no puedo atraerlos, — dijo el pobre sueño cambiando su expresión. —los atraparé. No jugaré con ellos, serán mis juguetes.

 

El pequeño sueño se levantó de la nada, y secándose las lágrimas buscó entre los humanos su juguete favorito.

 

—Ellos crearán mi mundo, serán libres de inventarlo; —saltaba y sonreía por tan maravillosa idea. —y mientras estén atrapados, seguiré existiendo.

 

Con sus dulces manitas tomó el aire y lo enrolló en finas hebras, cruzando y entretejiendo en una red. Saltó a la realidad, y con alegre danza se posó sobre las mentes de los humanos; mientras que con su red etérea rozó la ilusión y los deseos de cada consciencia, obligándolos a fundirse en un único ideal.

 

El sueño reía y robaba, cantaba y secuestraba mentes, sintiendo su interior crecer con fuerza. Las nuevas ideas daban forma a su universo, y más pronto que tarde los castillos comenzaron a alzarse en los cielos, los ríos se nutrieron con nueva vida, y los bosques reverdecieron cual primavera. El paraíso comenzaba a formarse en sus entrañas, y el temor que alguna vez invadió al pobre sueño, terminó por difuminarse en el pasado.

 

Así pasaron los siglos, y los mundos del pequeño sueño se convirtieron en ideas colectivas; todos recordaban un mundo maravilloso de posibilidad infinita, y lo que comenzó como un sueño terminó por volverse una realidad etérea. Las mentes comenzaron a perderse en su belleza, y la muerte los orientaba a terminar en su mundo de hermosas eternidades.

 

—Soy feliz. — se alegraba el sueño, quien era ahora el sueño más grande y glorioso de todos. Presumía su presencia en todas las mentes, incluso a aquellos que eran similares a su mundo, y así como se volvió orgulloso también se volvió ciego, pues había perdido control de su universo.

 

Un día, sin sentirlo, una pequeña luz roja apareció en el sueño; al principio era sutil y vacilante, pero seguía siendo hermosa como el resto. La luz era una idea diferente, que contrastaba con el verde de su mundo, y guardaba más separación que unidad.

 

La luz creció con los días, pues la idea también saltaba entre mentes, y cuando al fin alcanzó el brillo necesario para llamar la atención del sueño, esta ya se había enraizado. El sueño se acercó a la pequeña luz, y con horror contempló los fuegos de un infierno, tan ardiente como el centro de los volcanes, tan profundo como los océanos abismales; habían creado una pesadilla, que por alguna razón los humanos mantenían en el paraíso.

 

Trató de arrancarla pero no pudo, trató de enterrarla pero resurgía, trató de borrarla pero volvía a crecer. La pesadilla era lo último que el sueño quería para su mundo, temía que sus horrores espantaran a los humanos, y enloquecidos trataran de abandonarlo como lo hicieron alguna vez… pero esto no pasó.

 

Los humanos contemplaban el mundo por otra razón, una que nunca se le ocurrió al pequeño sueño. Los mundos hermosos cedían para dar lugar a terrores y torturas, pero las mentes los exploraban una y otra vez como si disfrutaran del sufrimiento. El sueño observó a los humanos por generaciones, y descubrió que su red original no atrapaba a todos, pues los más pequeños e inocentes terminaban por filtrarse entre las finas hebras; entonces los más grandes, entristecidos por alejarse de sus pequeños, los atraían no con promesas, sino con amenazas, pues el mundo debía castigar a los que no disfrutaran de su belleza.

 

Los pequeños espantados se adentraban a las redes, y sus miedos dieron nacimiento a la pesadilla, creando dos mundos tan diferentes pero complementados, uno para los que buscaran, otros para los que negaran. El sueño, preocupado por volverse pesadilla, trató de limpiar a los humanos de su mundo verde; pero él ya no tenía el control, pues los humanos habían creado su propio universo.

 

El sueño pasó a ser dogma, el mundo en religión, y sus deseos no tuvieron cabida en su creación.

bottom of page