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El Rey Cuento

Cuentan historias después de Arturo, cuando Reyes gobernaran el fragmentado Imperio; tiempos de caballeros orgullosos y valientes; con cuerpos, corazón y alma de acero. Tiempos cuando hombres soberbios y pedantes, portaban las coronas por derecho de sangre, lejos de merecer tal honor divino, protegidos por regir a un pueblo ignorante.

 

De entre todos los Reyes de la oscura Era, había uno borrado de la historia; un hombre aún en balar de juglares; Rey de ignorantes, carente de gloria. Su nombre de la historia fue borrado, su Reino alguna vez grande ya no existe; desapareció de los siglos sin dejar rastro, por el justo castigo que aún le persigue.

 

Es conocida la soberbia de regentes, más en tiempos de escasa cultura; pero este excedió a los otros Reyes, al querer levantar su investidura. El Rey envidiaba tiempos previos, y leía para comparar de otros hazañas, pero lejos de rendir honores al Imperio, decidió eliminar las leyendas pasadas.

 

Así el Rey comenzó su odisea, pues sintiéndose superior a otros tiempos, decidió prender fuego a los imperios, que inventaron los papiros y los lienzos. “No debe haber rastro…” dijo, “de Reyes mayores a mi nombre”; y con crueldad, destruyó el ignorante, las historias de Virgilio y Dante.

 

De Homero desintegró al gran Ulises, y el fin desdichado del buen Héctor. De Hesíodo borró el nombre de los Dioses; y la fuerza de Heracles, de los cuentos. De la Roma sus conquistas y traiciones, de la Grecia sus grandes monumentos, y la mística leyenda de sultanes, que inundaba los confines del desierto.

 

Por varios años procedió el Rey, eliminando las historias del pasado; pero poco o nada sabía el regente, que el presente se forjaba de relatos. La distancia de los tiempos es ilusoria, pues somos lo que fueron antes de nosotros, aprendices de maestros, segundos de las horas; presentes de un pasado forjado de otros.

 

Con cada biblioteca el Rey desvanecido, en cuerpo, conciencia, vida y recuerdo; al final el Reino se extinguió de la historia, y el ignorante señor se transformó en un cuento. La corona pasó a tintas coloridas, o de tonos vocales en los versos; la armadura en hojas encendidas, o pinturas ilustradas en los lienzos.

 

Así las envidias destrozan historias, y las soberbias consumen pasados; pero soberbia o envidia todas terminan, en borrar nuestro propio legado.

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