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Seducción

 

–Están bien buenas las nuevas, ¿verdad, bro?

 

Ese Geras, siempre tan directo; parte urgido parte pedófilo. No podía culparlo, la verdad era que los mejores cuerpos se encontraban entre las nuevas, por alguna razón siempre era así.

 

–No lo sé; las nuevas nunca abren, y menos con tipos como yo.

 

Buscábamos con quien salir en la noche, el inicio de cursos, una fiesta de esas inolvidables para los nuevos. ¡Ha!, excusa, era una pedota para ver a quien cogíamos, y no me refería a “agarrar”.

 

–A ti lo que te falta es confianza; ellas buscan lo mismo que nosotros. Aliviánate bro, sólo hay que ligarse una fácil.

 

–Nel Geras, tampoco busco zorras. Es divertido y se siente bien, pero siempre están locas.

 

–Nanana, tú lo estás viendo mal. No te vas a casar. ¡Ya sé!, hay alguien que te hará cambiar de opinión.

 

Geras tomó mi brazo y me arrastró hacia los salones de primer año. Mi ocurrente amigo; en serio, cómo un tipo sobrio como yo terminó al lado de un fiestero borracho como él, jamás lo sabré.

 

Quisiera decir que me contuve, que la miré y con firmeza y madurez me negué a seguir el juego de Geras, pero estaría mintiendo, especialmente porque nunca me supe contener con ella cerca.

 

–Mira quién volvió. – señaló Geras, sabiendo bien lo que sentía por ella.

 

–No es cierto, ¿esa es Eli?; no puede ser. – contesté emocionado y sorprendido.

 

Eli era una leyenda del campus. Llevaba más tiempo que nosotros, más tiempo que cualquiera, siempre en primer año. No era tonta, al contrario, pero se desaparecía todos los años a partir del segundo mes, y siempre regresaba cuando el calendario escolar había concluido. Era eso, su misterio, el aire de juguetona superioridad que siempre la rodeaba, esa mirada controladora que arrastraba a los hombres, todo eso lo que me volvía loco por ella.

 

–Sí bro, ya volvió, aunque todos ya lo esperábamos.

 

–No este año, se supone que era su última oportunidad, el director fue muy claro.

 

–Lo sé, carnal; supongo que su papi rico tuvo algo que ver, ya ves, la ventaja de ser un investigador de la universidad.

 

–Creí que la había perdido. ¿Crees que tenga oportunidad?

 

–La tienes de sobra, carnal; pero date prisa, o te pasará lo del año pasado, y el anterior, y el anterior.

 

Siempre había estado enamorado de Eli, desde que entré a la universidad me parecía el ángel más bello de la creación; pero aparecieron otros, y cada año que volvía tenía un novio nuevo, diferente. Los chicos decían que ella los terminaba al mes, pero su tiempo juntos, había sido lo más hermoso de sus vidas.

 

–Ármate de valor, bro; – me animaba Geras. –antes de que te la roben otra vez.

 

Entré al salón. Mi corazón latía furioso, perdía el aliento, creí que me desmayaría; pero no, de alguna manera tenía que hacerla mía.

 

–Ho, hool… hoola. – alcancé a decir con todo mi esfuerzo.

 

–¿Eh?, Ah, hola. – contestó Eli casi sin prestarme atención.

 

Ahhhh, su sonrisa, sus ojos, sus caderas, sus exquisitos y firmes senos asomándose por el escote, su falda de seda, toda ella jugando con mi imaginación; era perfecta.

 

–¿Qui… quieres ir al ba, ba, bail…

 

–¿Ya tienes con quién ir al baile? – me interrumpió con una expresión traviesa. Se divertía con el nerviosismo, lo sabía, pero no podía hacer nada para evitarlo.

 

–N… no. – Dios mío, mi corazón parecía estallar.

 

–Perfecto. Ya tienes con quién. – me guiñó el ojo. –Pasaré por ti a las siete, – se acercó a mi oído para susurrarme. – me pondré menos ropa.

 

Salió del salón, meneando el cuerpo, traviesa, provocándome una inmensa erección.

 

No lo podía creer, el sueño de años por fin se volvía realidad. No podía ni contar las veces que, a oscuras en mi cuarto, me había masturbado pensando en ella; incluso con otras chicas sólo pensaba en ella, y ahora, al fin, la tendría sólo para mí.

 

Así transcurrieron las horas, las más largas de mi vida. Sólo pensar en ella me reventaba el cierre de la excitación. En cuanto llegué a casa, destrocé mi armario buscando las mejores prendas; encontré un pantalón de vestir, súper delgado y súper apretado, quería que mostrase mi “bulto”, y de paso sentir su entrepierna durante el baile. La camisa abierta en el pecho, sin mangas, para que no fuera la única que mostrara un poco de piel; y los zapatos cómodos, nada de estúpidos mocasines que me hicieran ver como un aguado.

 

Y por supuesto, el mejor aliado de un hombre, el condón de la marca esa del comercial con escena porno en hora infantil; nada barato, pero quería estar preparado.

Fue puntual. A las siete en punto sonó el timbre de la casa. Salí, y encontré a un ángel esculpido por las manos de un demonio sexual. Su escote… qué delicioso escote; delgado y revelador, abierto del cuello hasta el abdomen, apenas cubriendo la mitad de sus senos, revelando el contorno de sus pezones. La falda, cuál falda, era todo una pieza de seda transparente, podía ver dónde terminaban sus muslos sin imaginarlo.

 

Notaba la sangre acumularse entre mis piernas, palpitaba hasta casi salir del pantalón. Eli lo notó, y jugando conmigo se acercó tentativa para abrazarme, ocultando su mano para tomar su premio que reclamaría más tarde.

 

–Tu amiguito quiere salir. – dijo mientras acariciaba el borde del pantalón. No decía nada, no podía, su belleza me había hipnotizado; era su juguete por esa noche.

 

Salimos al jardín donde se llevaría a cabo la fiesta, en un trayecto cubierto de besos y frotes nada disimulados, pues todos los chismosos de la calle volteaban enrojecidos o molestos; como si me fuera a importar.

 

Las horas transcurrieron rápido. Más que un baile fue una orgía escondida en los rincones, con parejitas formándose en donde quiera que se ofrecía una cerveza. Eli y yo nos restregábamos en los rincones, a veces en medio de la multitud; yo lo notaba, pero a ella no parecía importarle, y me dejé llevar con sus caderas. Movía mis manos para que la tocara, recorriera sus senos, su espalda, su cadera, incluso dejó a mis dedos surcar en su empapada vulva mientras ella hacía lo mismo con mi pene.

 

Ella dio el primer paso.

 

–Vamos a mi casa. – susurró. – Te daré una noche que no olvidarás.

 

Apenas aguantaba las ganas de verla desnuda, de contemplar su entrepierna antes de penetrarla. Acepté sin pensarlo.

 

–Deja voy al baño. ­– interrumpió Eli. Me disgustó un poco, aunque parecía que ella lo disfrutaba; las ansias la excitaban.

 

Se desapareció tras el pasillo, y quedé solo, esperando su regreso con el miembro a punto de estallar.

 

–Sabes lo que hará, ¿cierto? – me asustó un alumno de menor grado.

 

Era pequeño, casi un enano, pero contaba con la dicha de haber sido el “antes” de Eli. Conocía bien al pequeño imbécil, llegué a odiarlo el año pasado, y sentí una gran dicha cuando lo dejó botado como todos los demás.

 

–Se divertirá contigo, tú te divertirás mucho, pero al final ella te mandará al carajo, igual que a todos, y desaparecerá otro año. Te robará el aliento, te robará el corazón, y al final no serás más que un número en su lista de pendejos.

 

–Oye amigo, – le detuve furioso. – entiendo que estés molesto, pero tu tiempo pasó. Este es mi año.

 

–Jajaja, sí “amigo”, ahora es tu turno. Disfrútalo.

 

–Ey, sé a lo que voy. No soy como tú, pequeñito, no quiero casarme; sólo quería divertirme con ella.

 

–No engañas a nadie, ¿crees que no lo notamos?, siempre te le quedas viendo con esa cara de pendejo enamorado. ¿Sabías que nos burlábamos de ti como “el que nunca se la va a coger”?. Pero mírate ahora, a sólo una base de anotar, ¿qué se siente “amigo”?, ¿qué se siente terminar la espera?.

 

No contesté. Era extraño, por un lado parecía querer insultarme, pero toda esa palabrería se confundía con felicitaciones, como si me aplaudiera y luego escupiera en mi cara. Pero no dejaría que eso arruinara la noche, no, era mi turno, mi tiempo para explorar las carnes de Eli.

 

Justo en ese instante regresó. Después de enjuagar su rostro se veía incluso más radiante, y todo el coraje que comenzaba a nacer por el enano desapareció al instante. No lo miramos, sólo nos fuimos tomados de la mano con la urgencia de sentirnos, sabiendo lo que pasaría.

 

–¡Suerte con la zorra! – gritó el enano celoso, pero no le presté atención. Para mí sus palabras ya no se oían, y para Eli, aquella basura ya había cumplido su propósito.

 

Ahora era el turno de su nuevo novio.

 

Llegamos a su casa, una mansión de exagerados lujos. Al principio me preocupó que Eli aún viviera con su padre, pero me tranquilizó diciéndome que trabajaba toda la noche en su laboratorio, y nunca se enteraba de sus visitas.

 

Subimos la escalera en silencio, y pasamos por varios pasillos hasta llegar a su habitación. Era tan grande como una sala, y la cama, adornada con un edredón de tela y borlas afelpadas, sería terriblemente destrozada por la pasión ardiente de un urgido y una zorra.

 

–Espera, – le detuve. – deja saco esto. – y metiendo una mano en su bolsillo, saqué a mi fiel compañero de látex.

 

–No. – susurró Eli. – Puedes hacerlo todo. Quiero sentir tu piel adentro.

 

Como si fuera un hechizo, arrojé el condón al piso. Las clases de educación sexual se desvanecieron, y lo que fuera a pegárseme en ese instante poco o nada me importó, si lo cobraba con una noche inolvidable.

 

Nos desnudamos en la oscuridad, cubriéndonos de besos en cada rincón de piel dejado al descubierto por la ropa perdida. El cuello, los hombros, su pecho, sus senos; nos arrojamos a la cama y continué descendiendo por su abdomen hasta descubrir su vientre, mientras mis dedos comenzaban a rodear los labios que no pertenecían a su boca.

 

Después de algunos segundos apresurados, retiré el apretado pantalón que parecía iba a estallar en cualquier instante, y me aproximé a sus caderas levantadas.

 

Fue rápido, para desgracia de mi orgullo. En cuanto atravesé su carne me perdí, y descargué todo el deseo acumulado de años y años de espera. Me sentí frustrado, avergonzado, pero a ella no le importó, y tirándome ahora en la cama, tomando la iniciativa, comenzó a limpiarme el miembro con la lengua.

 

Fue mágico. Al instante lo flácido desapareció, y lleno de sangre y deseo quise sentirla nuevamente por dentro, como si todo lo anterior no hubiera existido.

 

Así transcurrió la noche, horas de sexo en tantas posiciones, eyaculando y recuperándome por arte de su experta mano. Fuera ella arriba, de espaldas, de pie, incluso de formas que no pensé posibles, rellené su interior en incontables ocasiones, hasta que por fin caímos rendidos de cansancio.

 

Terminamos durmiendo uno junto al otro, abrazados.

 

Como lo esperaba, aquella había sido la mejor noche de mi vida. Pensé que jamás, en toda mi existencia, lograría tener una noche de sexo tan salvaje y placentero; lástima que tendría que dejarla ir.

 

Pasé varios minutos contemplándola. No quería despertarla, pero me moría de sed por tanto ejercicio. No vi nada de la casa, fuimos directo a su habitación, por lo que no sabía dónde quedaba la cocina; pero qué podía perder, al fin y al cabo, no había nadie despierto a esas horas.

 

Salí de la cama y tomé una bata, muy pequeña para mí, pero suficiente para no dejar mis bolas al aire. Abrí la puerta y bajé las escaleras, la luz de las estrellas se filtraba por enormes ventanas, y con eso pude guiarme con facilidad.

 

Encontré el recibidor, una pequeña sala, el comedor incluso, pero jamás encontré la cocina; varios armarios, un extraño ropero, pero nada más. Entonces me percaté de la puerta entreabierta debajo de la escalera; no quedaba ningún otro sitio, así que decidí avanzar por ahí.

 

Estaba oscuro, pero por suerte había un interruptor al lado de la puerta. Una brillante luz blanca iluminó unas delgadas escalerillas de metal, sin barandal ni nada, descendiendo a un estrecho pasillo de paredes blancas.

 

Bajé en silencio, no quería despertar a nadie, aunque no debía haber personas allí abajo, menos a esa hora. El pasillo se bifurcaba en varias ocasiones, parecía un laberinto de blanco, y había varias puertas más que daban a cuartos oscuros con gruesas ventanas para observarlos desde fuera. Por alguna razón me sentí en una especie de hospital abandonado, quizá por el olor a detergente, o las blancas paredes.

 

Estaba cansado. Sentía que sólo daba vueltas, y me preocupaba perderme si seguía avanzando. Abrí una de las puertas, olía a solventes, pero en algún momento debía salir del pasillo. Encendí la luz, y lo que vi me puso la piel de gallina.

 

Hacía bien en sentirme en un hospital; ese lugar eran puras habitaciones para pacientes. Había una cama, o creí que era una, pero al verla más de cerca me di cuenta que debajo de las sábanas sólo había una plancha de metal helado; además, varios instrumentos quirúrgicos sobre distintas mesas. No recordaba sus nombres, pero reconocía algunos, en especial los que abrían la piel de las personas.

 

¿Por qué había un hospital debajo de la casa?, no, eso no podía ser un hospital, era más un laboratorio, varios, todos conectados por un pasillo largo.

 

Pero, por qué.

Salí, y entré a más habitaciones. Varias eran iguales a la primera, algunas en lugar de esas extrañas camas contenían frascos inmensos que iban del piso al techo, y otros simplemente estaban llenos de químicos y equipo como microscopios.

 

De la curiosidad se me olvidó la sed, y que me encontraba en casa ajena. Sólo quería saber qué había detrás de cada puerta, y quizá por qué. Entonces los encontré.

 

Al principio sólo vi una cortina, pero detrás de ella me esperaba una imagen que jamás olvidaría. Decenas de frascos transparentes, llenos de un líquido amarillo, y de algo más; eran pequeños, pero podías ver sus manos, sus ojos cerrados, sus pequeños labios que jamás hablarían; estaban como congelados.

 

–Son hermosos, ¿verdad?

 

Conocía su voz, pero por alguna razón me pareció distante y extraña. Al girar el rostro pude contemplarla, desnuda, tan hermosa como siempre, a Eli que se apoyaba en la puerta con una sonrisa maliciosa.

 

–Mi padre dice que no puedo conservarlos, que no sabemos cómo crecerán; pero yo los quiero, y no me importa lo que diga, me gusta tenerlos.

Se acercó meneando las caderas, relamiéndose los labios. Quería correr, sabía que algo estaba mal, pero no podía evitar verla, no podía evitar sentir esa excitación, esos deseos de tocarla, de hacerla mía.

 

–¿Qué sucede?, ¿por qué no me das un beso?, podríamos ponernos juguetones aquí, enfrente de mis hijos.

 

“¿Hijos?”. Ya no podía más, aquella frase me arrancó de su hipnosis, y salí disparado contra la puerta, empujando a Eli a un lado para que me dejara pasar. No sabía lo que sentía, por un lado estaba seguro de que ella era peligrosa, pero por otro quería sentirla, quería llenarla de mi… mi… ¡NOOOOOO!

 

Corrí por el pasillo buscando la escalera, había olvidado qué tan lejos avancé por las habitaciones. No la escuchaba, pero la sentía, de algún modo la sentía detrás de mí, y quería ir hacia ella, pero no, no debía, no… nooooo.

 

Me encerré en una habitación, y me oculté debajo de la cama metálica. Podía sentir mi deseo por ella explotando en mi cabeza.

 

–Jijiji, eres fuerte, eso me excita. Pero no puedes correr, puedo olerte, puedo sentirte aún dentro de mí.

 

Escuchaba sus pasos, ¿acaso podía sentirme como yo a ella?; no, eso no era posible.

 

Abrió la puerta, la única donde yo me encontraba, ignorando todas las demás. Lo sabía, ella sabía perfectamente dónde me encontraba. ¿Qué podía hacer ahora?, ¿volver a correr?, ¿golpearla?.

 

–¿Por qué no dejas de jugar?, ver, sé que me deseas, yo también te deseo, quiero tu esperma dentro de mí, quiero tu hijo dentro de mí.

 

Estaba loca, aquella mujer estaba realmente loca; pero de alguna forma me había dado una buena idea. Salí de mi escondite, lo más calmado posible, tratando de que ella no notara mi horror. Me acerqué a su cuerpo, tan plácido, tan bello, tan seductor; ella sólo sonreía, extendía los brazos para recibirme, hacerme suyo otra vez… no esta vez.

 

Con el pequeño cuchillo en mano que tomé de la mesa de operaciones, le perforé el costado. Lanzó un grito, el más agudo y horrible aullido que jamás escuché, casi como si no fuera humana. La arrojé al piso y salí de la habitación, por alguna razón el deseo de tenerla había desaparecido, la excitación se desvaneció y por fin pude pensar bien, pude encontrar el camino hacia la salida.

 

–¡MALDITO!, ¡MIRA LO QUE HAS HECHO!, ¡JURO QUE TE ATRAPARÉ, TE EXPRIMRÉ CADA GOTA DE…

 

No terminé de escuchar sus gritos de histeria. Subí corriendo las escaleras, debía avanzar hacia la puerta, debía salir de aquella maldita casa.

 

Entonces, una figura de gran altura, una sombra, se asomó por la puerta de la escalera. Me veía desde arriba, con los ojos ocultos en un par de gruesos lentes. Pude distinguir la bata blanca, una barba gris, casi blanca, y una expresión fría en su rostro.

 

Estaba perdido. Volvía a sentirla, se estaba acercando, cojeaba del dolor, pero se acercaba; sentía su odio sobre mí, el cuchillo en su mano, incluso lo que quería hacerme, quería…

 

–Sal.

 

Subí la mirada, no entendí al principio, sólo sentía el odio de Eli por el pasillo.

 

–Te dije, que salgas de esta casa.

 

El hombre de bata blanca se hizo a un lado, y me invitó a salir. No sabía qué hacer, estaba congelado, estaba horrorizado por la presión en mi cabeza, como si ese monstruo con apariencia de mujer tratara de destrozarme por dentro.

 

Me tomó de un brazo, y con fuerza me jaló hacia la puerta, lanzándome hacia el piso de la sala. Lo último que vi fue a Eli, subiendo con el cuchillo en la mano, una expresión de rabia inhumana en su rostro, y su deseo de destazarme; todo esto, antes de que el hombre cerrara la puerta en su cara.

 

Sonaron varios cerrojos, como si la puerta se sellara automáticamente. Detrás de ella, Eli golpeaba frenética, implorando por mi vida.

 

–¡NOOOO, PADRE!, ¡DÉJAME MATARLO, DEBO MATARLO!, ¡QUIERO TENERLO TODO DE ÉL!, ¡QUIERO TENER SU VIDA!

 

El hombre se arrodilló ante mí, tomó mi rostro, examinando, buscando algo en mis ojos.

 

–Estás bien. Ahora, vete de mi casa.

 

–Se… seño…

 

–¡DIJE QUE TE LARGARAS DE MI CASA!

 

Me levanté al instante y corrí a la puerta, la salida. Olvidé mi ropa, no me importó, sólo quería salir de ese lugar lo antes posible, alejarme de Eli, borrarla de mis recuerdos antes de que quisiera sentirla de nuevo.

 

Antes de que me atrapara en sus pensamientos.

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