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Pobreza

 

–Hijo, despierta. – rogaba el exhausto padre tras la jornada laboral. –Despierta, traje comida.

La cama desecha, apenas sostenía el frágil cuerpecito del infante. Su padre, un hombre de precaria salud, casi tan débil como el bolsillo, sostenía un triste virote enmohecido, pero aún útil, aún comestible.

Dejó migajas sobre sus labios, y con lágrimas en los ojos volvió a implorar por el regreso de su niño, quien en algún tiempo se alegrara por el retorno, a veces tardío, de su padre.

–Entiendo. – contestó al fin, desistiendo de su esfuerzo. –No tienes hambre, estás cansado. Yo también estoy agotado. – dijo mientras se recostaba al lado del infante. –Espero no te importe si duermo contigo.

Y así, ambos compartieron la sábana. Cerró los ojos para acompañar a su hijo en el sueño, un descanso que se había prolongado por más de dos días.

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