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Ojos Verdes

 

Al fin estoy aquí. Sabía que terminaría así, sentado ante esta gran puerta, esperando mi futuro merecido por años y años de esfuerzo. Muchos lo dudaron, pero yo no dejé de confiar. Muchos me tomaron por tonto, idiota incluso, pero jamás me dejé convencer. Y mírame, aquí estoy, y aquí estás, conmigo. – decía el alma orgullosa que se sentaba a mi lado. Era un extraño para mí, que apenas entraba al recinto anexo, y que por destino, o desgracia pues me asqueaba de tanta euforia, compartían sitio de espera. No miento, me sentía feliz por este hombre que tanta llama inspiraba en su mirada, pero había algo en su dicha que no me agradaba.

Mis padres me lo insistieron una y otra vez: “No tires alto, solo ellos pueden ser grandes.”, pero yo sabía que si me esforzaba lograría ser tan grande como ellos, tan fuerte, tan sabio como ellos. Algo en mí decía una y otra vez que no me rindiera, y así lo hice, en mi niñez y en mi juventud, en mi escuela y el trabajo; siempre apunté alto, y siempre logré sobresalir.

De vez en cuando, uno de ellos aparecía, en especial durante mi no muy grata estancia en la Universidad. Ellos no estudiaban, no se preparaban, ya tenían la vida hecha por ser quienes eran, pero nos visitaban ocasionalmente para contemplarnos, decían algunos. Sus penetrantes ojos verdes surcaban mi alma cada vez que nos cruzábamos, como si se midieran conmigo o compitieran contra mí; pero por alguna razón, ya sea soberbia o, ahora sé, ingenua seguridad, siempre desviaban la mirada como si por un instante hubieran contemplado composta pútrida.

Pero yo seguí, seguí luchando una y otra vez para sobresalir. Todos; padres, maestros, amigos, desconocidos; me advertían que a pesar de todo debía mantener la cabeza baja, pero yo los desmentí, yo he logrado alzar la cabeza por encima del fango, y sigo con ella adherida al cuello; y heme aquí, sentado y esperando para demostrarles que toda la lucha valió la pena.

Decían que la única manera de acercarse a ellos, de ser como ellos, era uniéndose a alguno de ellos; ya fuera por el lazo del matrimonio, más sagrado para ellos que para nosotros; algunos incluso en chantaje por algún desliz sexual, pues la carne fruto de la pasión seguía siendo “su” carne, su propia estirpe, y sentían la necesidad instintiva de protegerla. Cualquiera fuera la manera, todo se resumía en la unión a su estirpe; sus ojos verdes pasaban a ser propios, y como si un sagrado manto te cubriera, la sapiencia y el honor pasarían a tu mente y alma.

Pero no los odiaba, al contrario, para mí ellos eran la meta a alcanzar. Quería demostrarles, quería que todo el mundo lo viera como lo ves tú ahora, que uno desde abajo podía ser tan grande como ellos, podía alcanzar su gloria sin ser uno de ellos.

Recuerdo cuando entré a este lugar. El conocimiento siempre fue mi pasión, y pasarlo a la siguiente generación quizá fuera mi razón en este mundo. Acepté gustoso el empleo, un puesto mediocre de suplente, pero suficiente para vivir, y para comenzar a crecer. Además, ellos estaban aquí, como tú ya lo sabes; prefecto, director, toda la administración era de estirpe de ojos verdes; y al fin esos ojos se posaron en mí.

No cruzaban palabras, quizá porque sus oídos se fueran a ensuciar, quizá porque no fuera digno de conversar con ellos; pero ahora entiendo, sentían temor ante mí, o quizá era que ya los había rebasado, pero ya no me sentía como un inferior, sino como su igual, incluso su verdadero superior. Me seguían con sutileza, como aquel gato que acecha paciente a su presa; pero yo no debía temer, pues sabía que mi trabajo era tan grande como el suyo, y que todo lo que yo conseguí con esfuerzo, a ellos poco o nada les había costado. Ahora me ves aquí, quien antes fuera un suplente, ahora en el puesto más alto dentro de esta casa de conocimientos, a solo un paso de poder alcanzarlos a ellos. No fue necesario unirme a su carne, no fue necesario tomar de su sangre, solo yo y mi dedicación para crecer a su lado.

Ahora soy yo el que espera paciente, pues me han llamado por primera y quizá única vez. Sus ojos verdes se posaron en mí, y como quien analiza la mercancía antes de apropiarla, recorrieron cada centímetro de mi ser, tanto fuera, como por dentro. Estaban fascinados con mi alma, y sabía que en el fondo la querían, ahora lo sé.

Me siento grande, más grande que nunca, porque es ahora que ellos me aceptarán. Mira, abren las puertas, creo que es mi turno, y solo la grandeza espera. Al fin les habré demostrado a todos, de que toda estirpe puede ser tan grande como cualquiera, aún sin poseer aquellos ojos verdes. Deséame suerte mi amigo, que hoy haré historia por todos nosotros. – Cerró la puerta con él dentro, y solo pude contemplar lo que después sabría fue la última vez en este mundo, de un alma tan pura y dedicada como la fue aquella que poco a poco se parecía más a ellos, en especial por su soberbia.

...

No volví a verlo, al menos no como antes era, pero sabía que aquel destino que todos le advirtieron al fin le había alcanzado. Pero nadie sabe, quizá así él es feliz, pues ha logrado lo que siempre había querido, crecer como ellos.

Ahora, cada vez que lo miro, no puedo evitar sentirme tentado a contemplar su mirada, a contemplar aquellos ojos que alguna vez fueran castaños, con una flama ardiente de pasión y esfuerzo por alcanzarlos.

Aquellos, sus ojos verdes.

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